25 de abril de 2012

DIORAMAS (GONZALO CASTRO, ARGENTINA, 2012)

BAFICI 2012
DIORAMAS
El fluir de los cuerpos

Gonzalo Castro es un caso rarísimo dentro de la cinematografía nacional. Rarísimo y, por lo tanto, único. No hace falta más que ver sus cuatro films hasta el día de hoy para corroborar esto: Resfriada (2008), Cocina (2009), Invernadero (2010; ganador de la Competencia Nacional del BAFICI del mismo año) y Dioramas (2012). En estos cuatro exponentes se ve eso que es tan peculiar de su cine, eso que lo hace irrepetible. No se trata de un cineasta independiente, se trata de un cineasta marginal. Siempre con un presupuesto mínimo, y desarrollando él mismo casi todas las tareas detrás de cámara, Castro se las ingenia para crear mundos irrepetibles, historias desarrolladas con lo mínimo dentro de marcos ficcionales que se caracterizan por su austeridad, por su simpleza y franqueza. El suyo es, se podría decir, casi un cine intelectual, un cine con una intencionalidad marcadísima desde el vamos, una construcción edificada sobre fuertes convicciones respecto al ejercicio cinematográfico, y esto se ve en cada plano de sus películas. En el caso de Dioramas, su más reciente film, la solvencia y eficacia con que las imágenes se suceden en la pantalla (y la posibilidad de crear un mundo a partir de esas imágenes tan pasivas y sensibles) es notable, y refuerza la idea de que Gonzalo Castro es uno de los directores más interesantes del cine argentino hoy en día. Lo original y lo sencillo, máscaras de lo auténtico y lo complejo, subyace detrás de lo que resulta una bocanada de aire fresco por su honestidad para con el espectador, por ser lo que es y no querer ser más (ni menos) que eso.

Los cuerpos y sus movimientos dentro del plano, limitados y libres por la cámara en mano.
Un diorama es una representación de una figura en tres dimensiones: fondo y figura se encuentran separados por la profundidad entre los mismos. Así, un animal embalsamado ubicado frente a una pared recubierta de un motivo selvático en algún museo resulta ser un diorama, con el fondo y la figura claramente diferenciados entre sí. Como si siguiera esto al pie de la letra, Castro nos plantea en su nueva película un universo diegético cuya estructura es la representación perfecta de un diorama. Se trata de un film binario, con dos claras secciones: las clases de danza contemporánea por un lado y la intimidad de la relación entre dos chicas de este grupo de danza, por el otro. Y el espacio entre esos dos escenarios- la distancia de la profundidad- es lo invisible que fluye y que adhiere, que llena los espacios vacíos y que genera una vinculación absoluta del espectador hacia la obra.  Así, el fondo y la figura  pueden ser cualquiera de las dos situaciones, porque esa es su esencia: son intercambiables, todo o nada es importante, la danza es el trasfondo de la relación o la relación el de la danza. En esta capacidad de intercambio, de conmutación, es en donde radica la clave de Dioramas.
En las seis secciones en las que se desarrolla el film, Castro logra narrar con sensaciones y situaciones aisladas, extirpadas de cualquier contexto, carentes de un entorno explícito. Al contrario que sus tres películas anteriores, en las que el diálogo era muy importante (sobretodo en Resfriada y en Cocina), aquí lo que importa son los movimientos de los cuerpos, la danza de las personas, mientras que el diálogo, o mejor dicho el monólogo, esa voz constante de Pattin en los ensayos, cumple una función casi de mantra, de constante fluir. Sí, esa voz fluye y nos sumerge en el mundo de los cuerpos, el mundo de la cabeza, el cuello, los hombros, brazos, piernas, manos, pies y dedos. Castro transforma los movimientos de los bailarines en situaciones determinadas, en preocupaciones sublimadas, y las situaciones de las dos protagonistas (Marcela Castañeda y Eugenia Frattini) en movimientos de danza, con ese fluir constante que caracteriza a esta película.
Porque no deja de ser mágico el efecto de Dioramas en el espectador, es como un río que nos atraviesa el cuerpo entero, que se deja ver en su totalidad y al mismo tiempo sentimos que allí hay mucho oculto, mucho cifrado, mucho calculado.  La iluminación de toda la película es natural, es decir, nada más se utilizó la luz del sol al momento del rodaje. Esto le otorga al film una textura muy especial, esa que nada más puede dar el sol puro y verdadero, sin manipular. Esa vida que se siente en la clase de danza contemporánea de la compañía de Mariano Pattin, o detrás de esas sábanas, en las pieles de las protagonistas, en sus cuerpos, eso que sabe captar tan bien la cámara maestra de Castro, es la esencia de la película. Se trata de una cámara en mano, preocupada más por captar momentos que por cualquier otra cosa. El constante reencuadre encuentra grandes composiciones, excelentes momentos que sólo un ojo afilado y preocupado constantemente por los motivos visuales puede encontrar con tanto éxito. El montaje es sencillo, necesario. Los cortes de sonidos son abruptos, no hay interés en suavizar transiciones ni nada parecido. Lo descarnado y su increíble reflejo poético. La constante recurrencia al agua en la escena no es arbitrario, ni tampoco lo es el encuadre o el montaje. Hay una clara intencionalidad, y ese es el gran acierto de Dioramas. No se jacta de su complejidad. Más bien, la oculta, la envuelve en un velo de sencillez. Las actuaciones de Marcela Castañeda y de Eugenia Frattini son muy buenas, plagadas de una naturalidad que sólo una cámara intimista y voyeur como la de Castro puede captar. Nos sentimos invisibles en aquel dormitorio, como si nadie notara nuestra presencia y esas jóvenes estuvieran allí, solas, confeccionándose vestidos y besándose y sonriéndose.
Y lo más llamativo de todo es la habilidad de Castro para llevar a cabo él sólo toda esta película. En un reportaje del 2010 (luego de su premio por Invernadero), el director dice no creer en el arte colectivo. Menciona que para él, el cine es personal y las visiones son únicas. Es por esto que en Dioramas Gonzalo Castro fue el director, guionista, camarógrafo, sonidista y editor, y es por esto también que es palpable en el film esa visión completamente personal, radical y marginal que sostiene en las entrevistas. Se trata de un eximio narrador, que con muy, muy poco logra muchísimo, y corrobora la realidad de que no hace falta contar con un gran presupuesto (ni con uno medio ni con uno bajo) para hacer una película, ni tampoco con un grupo numeroso de personas detrás de cámara (ni con pocas ni con nadie más que uno mismo) para crear una pieza audiovisual de calidad. Allí en donde sentí que falló rotundamente Los salvajes es en donde acierta Dioramas. En un momento del film Pattin les habla a los bailarines sobre la esencia detrás de la danza. Habla de que por más virtuosa que sea esa danza, si detrás de la misma no hay una sustancia que la sostenga, entonces no tiene sentido, porque ese vacío se va a sentir, se va a poder palpar en la danza misma. La mejor manera de definir al cine de Castro es decir que es generoso, que no exige sino que ofrece. Los salvajes, en cambio, nos exige constantemente como espectadores, nos obliga que nos mantengamos a su ritmo y que la alabemos. Exige reconocimiento. Dioramas ofrece, propone, y no pide nada a cambio. Puede gustarnos o no, pero no podemos dudar de su autenticidad como relato, y menos aún de su fuerza como pieza audiovisual.


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