17 de abril de 2013

LEVIATHAN (LUCIEN CASTAING TAYLOR- VERENA PARAVEL, ESTADOS UNIDOS, 2012)

LA CÁMARA Y EL MONSTRUO
Inmersiones
"¿Jugarás con él como un pájaro,
o lo atarás para tus niñas?
¿Harán de él un banquete los compañeros?
¿Lo repartirán entre los mercaderes?
¿Cortarás tú con cuchillo su piel,
o con arpón de pescadores su cabeza?"
JOB 41

Fui pescador durante una hora y media.

La cámara de Leviathan nos sube a un barco pesquero de la costa de New Bedford, en Connecticut, y allí nos tiene, como observadores en acción, en constante movimiento.

Estuve arriba de un barco pesquero en altamar y destripé peces y también los limpié. Corté aletas de mantarrayas luego de izar redes repletas de peces ahora pescados, redes rojas porque muchos estallaban desde dentro por el peso de tanto cuerpo- los intestinos en la boca y ya poco adentro. También caminé entre esos cadáveres que aún se movían como intentando que el aire se convirtiera mágicamente en agua. Caminé entre ellos y ellos se resabalaban, se escurrían por la borda ya repleta de viscosidades y de sangre. Fueron así devueltos al mar, como deshecho- ya no vida, restos de existencia, carroña para gaviotas entre las que también, por un momento, volé.


La toma imposible: una experiencia estética única de naturaleza y humanidad.

La cámara de Leviathan busca verdades y va a su encuentro de manera física, despojada de prejuicios técnicos y ahuyentando viejos fantasmas de la fotografía. No hay exposición correcta ni prolijidad que valga. He aquí las maravillas y las posibilidades que se abren con los avances de la tecnología, y sobre todo, con la economización de los recursos de producción, que permiten que cámaras de bajo costo terminen siendo los grandes angulares de una película de principio a fin -en Leviathan, fueron los mismos directores, luego de algunos imprevistos (cámaras que se echaron a perder en pleno rodaje por el agua y la ferocidad del océano) quienes decidieron descartar, como decisión estética, todo el material que no fuera de las pequeñas cámaras compactas utilizadas-.

No podíamos hablar sin dejar la voz en el grito necesario entre tanta máquina y viento, y entonces permanecíamos callados y había silencio. Era lo único que había, silencio absoluto adentro nuestro- tanto ruido había afuera que lo único que restaba hacer era moverse y no pensar. Y entonces nos movíamos por la borda intentando no resbalar, sintiendo un chirrido de metal y un rugido mucho más profundo, mucho más grave, el agua que nos rodeaba azotando a un barco que ya no era nuestro sino del mar. Teníamos botas y trajes plásticos, guantes también- tanta era la sangre.

La cámara de Leviathan nos golpea y se golpea. Es con ella que vamos a movernos y es con ella que vamos a chocar. La cámara es agua, es barro, es ruido y es suciedad.

Comenzamos nuestro trabajo de noche. No, no de noche, comenzamos a trabajar cuando ya no hay nada más alrededor nuestro, cuando el mundo termina en el último punto iluminado por nuestro barco- la última instancia de forma antes del abismo negro. No hay negro más negro que este, no hay negro más negro que el de estar sumergido- en estos momentos el aire es más denso que el agua. Desde el anochecer hasta el amanecer el resto del mundo, si es que aún existe, duerme; nosotros pescamos. Y de día dormimos (somos el revés de las bestias).

Somos pescadores, pero también somos pescados. La cámara es protagonista y por esto y para esto es que se alternan constantemente los puntos de vista. Podemos mirar con pasividad cómo un hombre se duerme mirando la televisión en la cabina de un barco, para un instante después, salir y volver a naufragar.


Castaing-Taylor y Paravel, son respectivamente director y profesora del Laboratorio Etnográfico Sensorial de Harvard (SEL), respectivamente.

Si nos vieran se sorprenderían ante lo preciso de nuestros gestos, somos una máquina más acá arriba, destripamos y limpiamos y almacenamos con la presteza de una autómata. Hemos perdido el asco hace mucho tiempo ya- para nosotros la sangre es como el mar, por momentos es lo mismo y hay veces, cada vez más frecuentes, en las que el agua nos resulta mucho más repulsiva que la sangre. Es verdad lo que dicen algunos: las náuseas nos vienen cuando pisamos tierra firme- parecemos borrachos, acostumbrados como estamos al vaivén primario del océano, intentamos reproducirlo con nuestro cuerpo ante lo inmóvil del suelo que pisamos. Muchos de nosotros han muerto aquí, devorados por el mar, este monstruo de mil cabezas que acecha en todos lados y nunca deja de rugir. Y muchos moriremos, tal es nuestro destino y lo aceptamos.

La cámara se subraya todo el tiempo en su subjetividad, mostrándose y haciéndonos saber que está ahí, y que también nosotros estamos ahí, viviendo la muerte, entre cuerpos y sangre lavada, lo más cerca posible que nunca vamos a estar, si no fuera de esta manera, por medio de esta cámara, buscando el relato en el roce y en el tacto, en la imagen cuasi tangible, en el sonido de la inmersión.

Estuve arriba de un barco pesquero y no lo olvido.

El sonido en Leviathan es diégesis pura: es la amplitud de los oídos de esta cámara-personaje, es la música de la sensación, el ruido en su máxima expresión. El sonido en Leviathan es la presencia del mar, en su furia hermosa, en su profundidad musical.

Vi al Leviatán levantarse (porque el Leviatán nunca está dormido) y responder a nuestra provocación- la furia es a veces terrible. Hay momentos de lucidez, de darse cuenta- ver alrededor y entender las proporciones. Y se puede calcular, de eso estoy seguro: estamos hechos de lo mismo que las burbujas. Pero nosotros debemos seguir pescando, seguir. Si nos detenemos verdaderamente moriremos. Tal es el presagio de estas gaviotas blancas que nos siguen en la cerrada noche- a veces las veo como nuestras almas, o nuestra alma es la noche y ellas son sus agujeros, esperando a la más mínima distracción para justificarse y justificarnos. Es su única forma de dar cuenta del egoísmo inherente en toda clase de existencia.

POR GUIDO ANSELMI Y FEDERICO RUBINI


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