27 de marzo de 2016

MIDNIGHT SPECIAL (JEFF NICHOLS, ESTADOS UNIDOS, 2015)

HERMOSA Y HORRIBLE HUMANIDAD
Sobre la ciencia ficción en el cine o el cine en la ciencia ficción

(Aviso: este análisis no podría ser más personal, desprolijo y poco profesional de lo que es o intenta ser.)

En estos tiempos que vivimos, y dentro de esa caprichosa, algo ridícula y seductora categorización que es la división en géneros dentro del cine- particularmente el hollywoodense-, la ciencia ficción es uno de sus vértices más propensos a la desestimación. Es posible que me equivoque, pero mi sensación es que, en círculos que van desde eso que llamamos crítica especializada al familiar y cotidiano, las películas de ciencia ficción sufren cierto prejuicio, una suerte de convicción implícita de que una película de ciencia ficción es sólo una película de ciencia ficción. Algo similar se puede decir de las comedias frente a los dramas ("sí, qué se yo, es una comedia.."), pero con la ciencia ficción el círculo, pienso, es aún más cerrado. Justo por debajo quizá de ese "subgénero" que es el melodrama, que supo vivir años tan dorados en manos de maestros como Douglas Sirk y que hoy en día lamentablemente se encuentra, sino extinto, relacionado más con el culebrón de media tarde que con el cine. Muy probablemente de contrera, el melodrama y la ciencia ficción son dos de los géneros predilectos de quien escribe. No, no es de contrera, me digo. Y me repito: tampoco es de nostálgico. No al menos hacia un tiempo pasado específico, sino hacia cierto cine, hacia cierta forma de cine.
El melodrama llegó a su claro esplendor en los 50s; la ciencia ficción, en cambio, comenzó a cocinarse principalmente entre los 50s y los 60s- con un esquema narrativo ligado al viaje espacial y al descubrimiento de otros mundos-, a finales de los 70s picó en punta hacia la oscuridad y el terror, y en los 80s alcanzó su máxima expresión con la mezcla del neo noir y la estética única de esa década que tan bien le calza al género. Es que la ciencia ficción siempre estuvo ligada, justamente, a la ciencia y a los avances en este campo. El humano en el espacio, la posibilidad de vida en otros mundos, el desarrollo y posible rebelión de la inteligencia artificial. Películas como 2001: Odisea del Espacio (1968), El Planeta de los Simios (1968), Star Wars (1977), Encuentros cercanos del Tercer Tipo (1977), Alien (1979), Blade Runner (1982), La cosa (1982) E.T. (1982), Terminator (1984), Starman (1984), y la lista continúa. Podríamos incluso decir, siguiendo nuestra simplista línea cronológica del cine de ciencia ficción, que en la bisagra de los 90s hacia el nuevo milenio la ciencia ficción se abocó de lleno a la estética digital, ligada al insoslayable cambio de tecnologías (sintetizado a la perfección en Matrix (1999)); y que en la década actual se centra más sobre un costado científicamente correcto, con Gravity (2013) y The Martian (2015) como ejemplos notables (¿el apoyo en el realismo como única salida frente a la falta de ideas?). Siempre hay excepciones, claro (Inteligencia Artificial (2001), es una de ellas) pero es llamativo señalar estas diferencias dentro de un mismo género.



Todo esto para decir que, en fin, el estreno de Midnight Special es un evento a tener en cuenta. Jeff Nichols es uno de los pocos (dos o tres) directores dentro del cine independiente actual de Hollywood que combinan una gran habilidad como narradores con un sello autoral claro (el otro es James Gray, y el posible tercero me lo guardo porque está peleado). Su primera película, Shotgun Stories (2007), es un sensible acercamiento, casi shakespeareano, a un conflicto entre hermanastros; en Take Shelter (2011), quizá su película más redonda, la eficacia narrativa del trastorno delirante y apocalíptico de un hombre contemporáneo hizo que los focos de la crítica y el público se posaran sobre él; y con Mud (2012), una noble fábula con espíritu de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, terminó de confirmar lo que ya era evidente: este tipo sabe lo que hace. Y lo hace de manera segura y convencida.
Midnight Special, su cuarta película, compitió en el último festival de Berlín frente a una aceptación generalizada. Seamos breves, para variar: hay algo muy hermoso y algo muy horrible en esta película (¡ay! la exageración). Y lo malo- y lo bueno- es que lo hermoso podría ser aun más hermoso y lo horrible podría ser aun más horrible. Estamos, efectivamente, ante una película que propone algo y luego hace lo contrario; Nichols ama la síntesis y la poca exposición (y estamos con él), pero no puede evitar, llegado el momento, mostrar, revelar, digitalizar (y ups). Las películas de Nichols son áridas, sobrias en su planteo. Íntimas. Los conflictos son personales: son siempre los personajes los que mueven la acción y no al revés. Midnight Special es, claramente, su película más compleja. Y es, justamente, cuando se abre el juego entre las líneas narrativas, cuando comienza a vislumbrarse la dimensión de lo que se viene, que la película pierde fuerza y solidez. Podríamos decir, por pura gana de ejemplificar, que Midnight Special es sobresaliente cuando se acerca a Carpenter y algo renga cuando se acerca a Spielberg. Pero vayamos por partes.
Su humilde crítico y confidente vio, hace apenas un par de semanas, Starman, de Carpenter. Nunca la había visto; era tal su ignorancia que, incluso, no sabía ni de qué se trataba. Y tuvo la suerte de poder disfrutarla en una impecable copia en fílmico, descubriéndola desde cero. ¡Y vaya disfrute! Tremendo. Lo brillante de Starman, justamente, es que sabe muy bien qué quiere. Carpenter entiende, en este caso, a la ciencia ficción como vehículo para contar una historia de amor, una historia de pérdida y luto. Y la cámara y la puesta en escena responden a esta necesidad desde el primer hasta el último fotograma (literalmente). Las referencias de Midnight Special a Starman son clarísimas: ambas son road movies, películas de movimiento, de huída, marcadas por el tiempo y un objetivo claro. Tanto Jenny Hayden como Roy y Lucas (y, luego, Sarah) deben llegar (o más bien llevar a esos seres extraños) a un lugar en un tiempo determinado, con organismos estatales de inteligencia pisándoles los talones. Otra clara referencia es Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, aunque no tanto en su lógica narrativa como Starman.
Establecer un paralelismo con la película de Carpenter es, justamente, una manera interesante de analizar Midnight Special. El núcleo de ambas películas es el amor; en el primer caso entre una mujer y su marido ya difunto, en el segundo entre un padre y su hijo. El amor y la despedida: ambas películas son relatos de un adiós. Por eso el sabor amargo: los personajes saben que el mejor final posible es la pérdida, la despedida. Esto, en Starman, está claro desde el inicio: Jenny Hayden nunca pudo decirle adiós a su esposo, muerto súbitamente en un accidente. El golpe de lo sobrenatural, esa luz azul que invade su casa, será entonces la posibilidad de un duelo, la chance de un cierre. El centro de Midnight Special es una pareja teniendo que lidiar con el crecimiento de su hijo y con lo que esto conlleva: intentar comprenderlo, respetar sus decisiones, amarlo por lo que es. Seguirlo hasta el final, dejarlo ir. Nichols declaró, en varias entrevistas, que esta película surgió de su condición de padre, y de sus ganas de hablar de esta relación entre padre e hijo. Esto es clarísimo, y es el costado fuerte de Midnight Special: la ciencia ficción es el medio, el vehículo para hablar de esto. Teniendo en cuenta estos factores, entonces, ¿qué hace de Starman una obra maestra, y de Midnight Special una película irregular?



El comienzo de Midnight Special es prometedor. Muy. Nichols cuenta poco y bien. Con cuentagotas, nos sumerge en una compleja historia de secuestro, persecución y fanatismo religioso. Rutas de noche, un pibe con antiparras azules, Michael Shannon haciendo lo que sabe (con esa cara de psicópata que tanto queremos). Climas nocturnos, violencia. Y algo sobrenatural que está ahí, en Alton. Eso es lo hermoso de toda esta primera parte de Midnight Special: la mezcla de géneros. Y su solidez. Le creo todo, los acompaño en este viaje. Y me ilusiono de hacia donde va todo esto; más aun: quiero que me lleve a un lado inusual, por qué no a un exceso, a algo absolutamente "cursi", convencidamente meloso. Que se anime a ir a donde ya no se suele ir. Quiero todo eso porque me siento cansado del cine de hoy en día; porque no dejo de decir que algo se perdió, que en algún momento se dejó cierta convicción. El cine actual se ataja por todos lados, la ironía lo inundó todo. Se ríen de las películas de los 80s pero ahí había huevos, había entrañas, había descubrimiento. Odio caer en generalizaciones: hoy en día se siguen haciendo excelentes películas. Las hay, siempre las habrá. Mi sensación tiene que ver más con un alma, quizá en relación con la inocencia de descubrir, la novedad que era en su momento poder ahondar en un género inexplorado, poder mostrar cosas que sólo el cine podía mostrar (o representar). No hay más novedad, pero ese no es la cuestión. El (mi) problema es otro: casi que siento que en muchas películas actuales esta distancia, esta auto consciencia- saberse cine y, más aún, creerse escapismo, creerse distracción- es como un cáncer. Ojalá esté equivocado (nunca tan lejos de querer estar en lo correcto), pero lo digo: ya no se cree en el cine. En lo que verdaderamente significa. Starman me hizo (y me hace) llorar como un nene. Lo mismo me pasa cuando veo A perfect world (1993) o Vincent, François, Paul... et les autres (1974). La última vez que lloré de verdad en un cine con una película actual fue cuando vi, hace un par de años, Stray Dogs (2013), de Tsai Ming-liang, con sus perfectos dos planos finales. Por ahí anduvo también Mountains may depart (2015), la última de Jia Zhangke. Y antes de eso con As Cançoes (2011), un hermoso documental de Coutinho: una cámara fija y varias personas que, sentadas en una silla  (la misma en todos los casos), entonan canciones significativas en su vida. ¿Cómo puede ser que ese documental tenga más cine que todo lo que vi desde entonces? ¿Cómo puede ser que Ming-liang, con dos planos fijos de dos personas que casi no se mueven, me emocione más que películas enteras?
Me estoy yendo de tema y lo sé. Es que intento describir una sensación que me despertó ver Starman. Una sensación, sí, hermosa y horrible. Porque la humanidad es hermosa y horrible. Porque en todo acto bello existe la contracara: su ausencia. Acepto lo hermoso, sabiendo que reconocerlo implica afirmar que no existe por fuera de sí. Verlo es trazar sus bordes, delinearlo- aceptar su fin. Como en la narrativa de Starman, como en Midnight Special: comprometerse al viaje es acceder implícitamente que va a terminar. Reconocer lo hermoso es también permitir lo horrible. Es esa la emoción que me da ver una película que cree en sí misma, que está convencida del poder de su lenguaje. Es caer en la cuenta.



Casi que no hay mejor síntesis, mejor manera de vislumbrar el sentido del cine, que analizar la puesta en escena del final de Starman. ¿Por qué? Porque lo tiene todo; síntesis y fuerza. Carpenter tenía muy claro que el protagonista de Starman no es, a pesar del título indicando lo contrario, el extraterrestre personificado en la figura del marido, sino Jenny Hayden. Esta es una película sobre una mujer superando una pérdida. ¿Qué es importante al momento de la despedida? ¿Ver la nave nodriza? ¿Asombrarse con un posible diseño de vida extraterrestre, despeinar al espectador con efectos especiales (que en Carpenter siempre fueron sobresalientes por su condición física)? No, querido espectador: lo importante es Jenny Hayden. La acción de Carpenter es notable: dar vuelta la cámara. Filmar el contraplano de lo que el espectador espera, porque en ese contraplano vive la esencia de la película. Este gesto, esta decisión, es cine. Y hay mucho más: Jenny Hayden mira a cámara. Nos mira. Y es la cámara la que emula el movimiento de la nave. La nave pasa a ser la cámara. No nos importa cómo es, su tamaño o aspecto. No. Lo único que hay ahí es una despedida, y con ese movimiento la síntesis es perfecta. La cámara sube, Jenny Hayden nos mira a los ojos, claramente emocionada. Carpenter ama a Jenny Hayden, y esto se transmite en la belleza de esta imagen final. La iluminación cambia, una luz blanca inunda su rostro- ella, por fin, se entrega. Acepta. La música no podría ser mejor. La cámara se detiene. Y no hay nada más que eso. Un fundido a negro y fin. Cine. Potencia, emoción, síntesis- puesta en escena. Este final resume el punto de vista de toda la película.
¿Qué sucede, en comparación, en el final de Midnight Special? La exposición. Nichols es más cercano a Carpenter que a Spielberg en cuestión de presupuestos; pero en vez de optar por la síntesis decide mostrar, y ahí hay un problema. ¿Acaso a mí, como espectador, me interesa ver cómo es ese mundo extraterrestre? Para nada. No podría tener menos interés. Quiero ver a Roy y a Sarah despedirse de Alton, quiero ver ese momento de quiebre. Porque vos me lo planteaste, vos me hiciste quererlos, vos me hiciste ansiar y temer la despedida. Es una película sobre la paternidad, sobre la relación con los hijos, no sobre la posibilidad de otro mundo. La metáfora se articula sobre la ciencia ficción y no al revés. Quiero emocionarme, lo pido a gritos. Y esa emoción no está en el diseño de un posible mundo, sino ese acto del adiós. Ese es el corazón de la película. Nunca caés en explicaciones, nunca te detenés a darnos detalles de nada, y eso es hermoso. ¿Hacía falta ver todo lo que vemos al final? No. Y por eso el clímax del tercer acto tiene algo de traidor. Me prometiste lágrimas, me prometiste emoción, incluso filmás a Sarah en claro homenaje a Jenny Hayden, pero me confundís, me mostrás de más, me distraés con algo que no me interesa. Ni a mí ni a la historia. Y eso que te quiero, Nichols, te banco y te sigo en todas, pero no puedo menos que sentirte sobrepasado, intentando cubrir un terreno que no te sienta bien. Y es una pena, porque podría haber sido brillante.



Que quede claro: Midnight Special sigue estando bien. Es un esfuerzo notable por querer volver a un cine sentido, a un cine humano. Y un ejemplo de un realizador que cree en sus imágenes y en la fuerza del cine. No me emociona, y eso es una pena, pero me hace querer hablar sobre esto. Si el arte es el manotazo de ahogado de los que saben que van a morir, Midnight Special es ejemplar en su intento de hacer al espectador creer en su existencia. Que en su propia lógica no es nostálgica ni referencial, sino intento de renovación. Todo esto a pesar de que sus buenas intenciones se terminen desinflando, y que la decisión de Nichols por el efecto y no la consecuencia de este efecto (su concentración en el plano spielbergiano más que en el contraplano carpenteriano) me hagan vislumbrar lo hermoso que podría ser pero que, lamentablemente, no es.
POR FEDERICO RUBINI


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